sábado, 13 de septiembre de 2008

Agua y claveles (ii)

A continuación, me giró suavemente sobre mis pies. Delicadamente me abrazó por la cintura y se deshizo de mi falda gris que calló asustada al suelo. En ese momento un escalofrío recorrió mis ingles. Después, me bajó mi húmedo tanga tan sólo unos centímetros aguatándose en mis muslos; estaba mojada. Volví a sentir su respiración cerca de mi oreja, de mi cuello, en mis labios y empecé a perder mi camisa botón tras botón, manga tras manga. Fue entonces cuando empezó a lamer mi sujetador. La tela parecía desaparecer y cada vez que su lengua pasaba por mi sostén la podía sentir deslizándose en mis areolas, mi piel y mis pezones. Bajó los tirantes. Dos dedos sujetaron mi barbilla y la inclinaron hacia atrás. Esos mismos dedos se introdujeron entre mi lengua y mis labios y fueron los culpables que acabase con la boca abierta mirando al techo.

Una de sus manos asió firmemente mi teta. Un chorro de ron se precipitó en mi boca abierta, no pude contener ni tragar toda la cantidad, así que el ron se fue escapando de mi boca, a mis labios, mis mejillas, mi cuello, hasta la mano que sujetaba mi pecho, mi barriga, hasta el tanga. Podía sentir como el ron iba cayendo en mi tanga. Su lengua iba enrabietada detrás de aquel ron que recorría todo mi cuerpo. El ron cesó y un lengüetazo húmedo me estremeció desde mi monte de Venus hasta mi boca, donde aquel lengüetazo se apoderó de ella. Yo estaba a punto de explotar.

Tras aquello; las manos me sentaron en el frío borde de la bañera. Primero me juntaron mis piernas, luego mi tanga se fue enrollando a través de mis piernas. Instintivamente levanté mi pie izquierdo y después de sobrepasar mi tacón estaba sentada en la bañera tan sólo con mi sujetador y mis zapatos. Me abrió las piernas. Mientras sus labios empezaron a rozarme el interior de mis muslos, todavía sabían a ron, sus manos se perdían en mis pechos, me apretaban mis costillas, las chupaba con mi lengua. Su lengua otra vez se apoderó de la situación, empezó a lamerme los labios, yo no podía dejar de abrir mis piernas quería hundir su cabeza entre mis labios. Seguía sujeta firmemente a aquel borde de bañera. Pude sentir como su lengua empezaba a escarparse de mis labios y saludaba casi tímidamente a mis labios menores, y rozó mi clítoris.

Luego, empecé a sentir unas gotas muy frías, su boca sostenía un cubito de hielo entre sus labios, y las gotas recorrían todo mi coño hasta el periné, otras las más ansiosas se colaban en mi ano. Con ese cubito en su boca comenzó a lamerme fríamente, como el hielo. Con su boca depositó el cubito en mi monte de Venus, mientras sus dedos me abrían. Sentí dulcemente como ese cubito iba bajando suavemente por clítoris, mis labios, mi vagina, hasta el periné. Entonces su lengua empezó a lamerme muy rápido mi clítoris, rodeándolo, aprisionándolo contra mí. Y dos de sus dedos bailaban ágil y frenéticamente dentro de mí. Mis tacones comenzaron a temblar, luego mis piernas.

Después sentí como se removía el agua de la bañera, cerca, muy cerca de mí en mi espalda. Estaba detrás, me acaricio mi cabello y volvió a apretarme la cinta que cubría mis ojos, aquel tirón me estremeció. Sus manos desaparecieron acariciándome mis hombros. Finalizó el rumor del agua en la bañera.

De repente comencé a temblar, mi respiración se entrecortaba, me sujeté con fuerza al borde de la bañera y abría la boca para poder respirar. Por la espalda y en mi cabeza aquellas manos rociaron un cazo de agua helada y pétalos que atravesaron todo mi cuerpo, toda mi piel. Mis muslos, mis brazos, mi cuello, mis pezones, mi espalda, se erizaron. Sólo pude estremecerme en aquel remolino de sensaciones.

 

Me quité la cinta y ya no había nadie. Todavía recuerdo el olor a claveles en la habitación, en mi cuerpo. 

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