sábado, 13 de septiembre de 2008

Agua y claveles (i)

“Hola, espérame a las 10. C/Priorato nº 17, 4-A”

No pude contener una pequeña sonrisa mientras volvía a dejar el móvil encima de la mesa.

Allí estaba unos minutos antes en el número diecisiete de la calle Priorato; la puerta del portal era grande, con una gran cristalera, empujé y se abrió. El edificio no parecía en buenas condiciones, había bolsas y desperdicios por los pasillos y las escaleras. El ascensor que ocupaba la parte central del recibidor parecía inservible desde los años setenta, así que me dirigí hacía la izquierda y subí por las escaleras.

Enfrente de la puerta me puse de puntillas levantando mis tacones del suelo, me deslicé el cabello y apoyé mi oreja en la puerta. No escuché nada. Al incorporarme, me recosté en el pomo de la puerta y se abrió.

Por la rendija pude observar una luz muy tenue, frágil que se contoneaba continuamente. Empujé la puerta, el piso estaba iluminado solamente por unas decenas de velas. A través del recibidor deduje una habitación grande, hacia allí me dirigí. Los tacones resonaban tiernamente contra las mal gastadas losas.

La habitación era de techos altos, paredes que antes habían sido blancas y dos columnas hexagonales resistían a todo. A la derecha junto a un gran espejo una bañera blanca de cuatro patas se apoderaba de aquella parte. Las velas estaban repartidas por toda la estancia.

Anduve hasta la bañera, estaba llena de hielos, unos cuántos claveles blancos y algunas botellas. Toqué con los dedos algunos pétalos de claveles y pude sentir el agua helada en mis pechos…

-          Hola… no te gires… quédate ahí.

Aquella voz me sorprendió.

-          Vale… – Contesté ingenuamente.

Y entrelacé mis dedos mojados encima de mi falda; esperando más instrucciones. Mordiéndome mi labio inferior y con la mirada hacía el techo esperando encontrarle allí.

-          ¿Ves la cinta en el borde de la bañera?

-          Sí… - Dije mientras buscaba aquella cinta.

-          No te gires, pontéela, por favor. A partir de este momento no podrás ni hablar, ni tocarme…

-          Va…

-          Scchhh, calla.-Me interrumpió.

Intenté entrever algo a través de aquel espejo, pero él estaba lo suficientemente lejos y el salón lo suficientemente oscuro. Me até aquella larga cinta pude notar como un extremo de esta rozaba mi camisa. De pronto, aquel extremo desapareció y el lazo se hizo más fuerte, noté su respiración en mi oreja derecha. Aquello me puso el bello de la nuca de punta. Seguidamente, él dejo caer ambos extremos por entre mis hombros.

Escuché como se removía el frío agua de la bañera, después silencio. Pude oler los claveles congelados. Luego un frío punzante se desató al final de mi espalda, eran dos cubitos que deslizaban lentamente mojando mi fina camisa negra. Se me erizaron los pezones. El agua traspasó mi camisa que se pegó a mi piel y empecé a sentir como pequeños hilitos de agua helada se dirigían hacía mi tanga, lo sorteaban y se perdían en mis nalgas. No pude más que suspirar.

Aquellos hielos subieron por toda mi espalda, empapándome mi camisa, se detuvieron. Unos prestos dedos bajaron el cuello de mi camisa, colocaron delicadamente mi pelo en sobre mi hombro, ya podía sentir los hielos en mi nuca…

Lo que sentí fue un chorro caliente, ese chorro caliente se mezcló como un torrente con los restos de los cubitos de hielo por mi espalda. Y una poderosa lengua comenzó a lamer el ron en mi nuca. Después se dedicó a morderme la nuca, los hombros mientras los cubitos aparecieron resbalándose bajo mi camisa encima de mi negro sujetador. 

Agua y claveles (ii)

A continuación, me giró suavemente sobre mis pies. Delicadamente me abrazó por la cintura y se deshizo de mi falda gris que calló asustada al suelo. En ese momento un escalofrío recorrió mis ingles. Después, me bajó mi húmedo tanga tan sólo unos centímetros aguatándose en mis muslos; estaba mojada. Volví a sentir su respiración cerca de mi oreja, de mi cuello, en mis labios y empecé a perder mi camisa botón tras botón, manga tras manga. Fue entonces cuando empezó a lamer mi sujetador. La tela parecía desaparecer y cada vez que su lengua pasaba por mi sostén la podía sentir deslizándose en mis areolas, mi piel y mis pezones. Bajó los tirantes. Dos dedos sujetaron mi barbilla y la inclinaron hacia atrás. Esos mismos dedos se introdujeron entre mi lengua y mis labios y fueron los culpables que acabase con la boca abierta mirando al techo.

Una de sus manos asió firmemente mi teta. Un chorro de ron se precipitó en mi boca abierta, no pude contener ni tragar toda la cantidad, así que el ron se fue escapando de mi boca, a mis labios, mis mejillas, mi cuello, hasta la mano que sujetaba mi pecho, mi barriga, hasta el tanga. Podía sentir como el ron iba cayendo en mi tanga. Su lengua iba enrabietada detrás de aquel ron que recorría todo mi cuerpo. El ron cesó y un lengüetazo húmedo me estremeció desde mi monte de Venus hasta mi boca, donde aquel lengüetazo se apoderó de ella. Yo estaba a punto de explotar.

Tras aquello; las manos me sentaron en el frío borde de la bañera. Primero me juntaron mis piernas, luego mi tanga se fue enrollando a través de mis piernas. Instintivamente levanté mi pie izquierdo y después de sobrepasar mi tacón estaba sentada en la bañera tan sólo con mi sujetador y mis zapatos. Me abrió las piernas. Mientras sus labios empezaron a rozarme el interior de mis muslos, todavía sabían a ron, sus manos se perdían en mis pechos, me apretaban mis costillas, las chupaba con mi lengua. Su lengua otra vez se apoderó de la situación, empezó a lamerme los labios, yo no podía dejar de abrir mis piernas quería hundir su cabeza entre mis labios. Seguía sujeta firmemente a aquel borde de bañera. Pude sentir como su lengua empezaba a escarparse de mis labios y saludaba casi tímidamente a mis labios menores, y rozó mi clítoris.

Luego, empecé a sentir unas gotas muy frías, su boca sostenía un cubito de hielo entre sus labios, y las gotas recorrían todo mi coño hasta el periné, otras las más ansiosas se colaban en mi ano. Con ese cubito en su boca comenzó a lamerme fríamente, como el hielo. Con su boca depositó el cubito en mi monte de Venus, mientras sus dedos me abrían. Sentí dulcemente como ese cubito iba bajando suavemente por clítoris, mis labios, mi vagina, hasta el periné. Entonces su lengua empezó a lamerme muy rápido mi clítoris, rodeándolo, aprisionándolo contra mí. Y dos de sus dedos bailaban ágil y frenéticamente dentro de mí. Mis tacones comenzaron a temblar, luego mis piernas.

Después sentí como se removía el agua de la bañera, cerca, muy cerca de mí en mi espalda. Estaba detrás, me acaricio mi cabello y volvió a apretarme la cinta que cubría mis ojos, aquel tirón me estremeció. Sus manos desaparecieron acariciándome mis hombros. Finalizó el rumor del agua en la bañera.

De repente comencé a temblar, mi respiración se entrecortaba, me sujeté con fuerza al borde de la bañera y abría la boca para poder respirar. Por la espalda y en mi cabeza aquellas manos rociaron un cazo de agua helada y pétalos que atravesaron todo mi cuerpo, toda mi piel. Mis muslos, mis brazos, mi cuello, mis pezones, mi espalda, se erizaron. Sólo pude estremecerme en aquel remolino de sensaciones.

 

Me quité la cinta y ya no había nadie. Todavía recuerdo el olor a claveles en la habitación, en mi cuerpo. 

miércoles, 10 de septiembre de 2008

La estudiante

Rebusqué en la mochila las llaves mientras, mi mano izquierda sostenía la comida. Luego abrí ayudándome de mi pie. La luz del salón estaba encendida. Dejé la comida en la mesa, seguido de la mochila y la chaqueta. La vi, nos miramos y nos hubiésemos besado en los labios sino fuese por el aire.

Sentada allí entre el portátil, unos libros, un sobre, una carpeta y fotocopias. Su pelo castaño brillaba por el reflejo de la luz. Aunque sino fuese ése reflejo hubiese sido el del Sol, el agua clara de cualquier fuente o el mismo reflejo de sus ojos.

Unos ojos claros, verdes y con unas pupilas violentamente negras que ahora estaban resguardas, como hibernando, tras unas gafas. Rectangulares, negras y de pasta. Éstas estaban sujetas así, como por la magia del mejor hechicero, por una nariz pequeñita y graciosamente tintineante. Bajo la puntita de aquella nariz unas rojas fresas en las que se podía besar el campo verde. Todo ese maravilloso conjunto estaba recogido por un encantador moñito que asomaba en el blanco cuello de su camisa.

Me acerqué hasta el sofá agarré la solapa de su camisa que se formaba gracias a un descuidado botón desabrochado. Y cuando después de besar las fresas me acerqué hasta su cálido cuello ella se recostó en el amigable sofá beige hasta arroparnos los dos en sus pechos ahora duros. Mis manos se apresuraron a su fino culotte y lamieron sus piernas, las rodillas para después volar a sus ingles donde no pudieron resistirse a apretarla. En aquellos instantes un suspiro me acarició mi cuello.

Fui deshaciendo los botones con mis ardientes manos en tanto que nos amábamos con nuestras narices que se rozaban tiernamente como paseándose por aquel maravilloso paisaje. Ésas mismas traidoras que entraron dentro del fino y suave culotte para luego empezar a arder dentro del Río.

Un suspiro me empujó hacia el fondo del inmenso sofá. Y ese mismo ardiente suspiro me besó, me mordió, me lamió, me sorbió. Mis dedos no se detuvieron hasta su fino cabello que ahora parecía reflejado del rojo de mi sangre. Deshice aquella coleta que se sostenía tímidamente, temerosa de participar en todo este asunto; salió disparada cobardemente hasta el final de la Noche. Fue entonces cuando volví a ver sus rabiosos ojos verdes rodeados de una preciosa melena y sosteniendo entre sus caprichosos dedos mi Luna.

Casi sin darnos ni cuenta el culotte cayó sobre el portátil. Agotados y rindiéndonos ante nuestros órganos más vivos nos unimos lentamente deseando que ese momento perdurase en nuestro cuerpo, en nuestras cabecitas para siempre.

El dulce y entrañable Calor se apoderó de todo el salón y de la Noche para después descargar sus éxtasiantes masajes por todo nuestro cuerpo originándonos tiernos y ligeros temblores que se hacían acompañar de besos y caricias.

Asfixiados derramamos los cuerpos por el gigantesco sofá.

Absurdamente después siempre llega la impasible tranquilidad que pisotea TODO aquello fuertemente. Recuperamos nuestros cuerpos, parte de nuestras ropas y vagabundeamos sin rumbo fijo por el salón; totalmente desorientados y penitentes. En el baño refugiándome de aquel maravilloso cataclismo un elocuente chorro de agua casi estuvo a punto de recuperarme.

Abrí la puerta desde donde se veía el salón. Allí seguía el portátil, unos libros, una carpeta y fotocopias. Recogí de la mesa la comida, me senté en el sofá, al lado del portátil dejé la tartera de cartón con la comida y recogí mi arrugada camiseta.

Con la camiseta entre mis manos me recosté en lo que ahora parecía un ridículo sofá y pensé en el sobre:

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Natalia hago realidad todas tus fantasías 6549483217 500€

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No tenía hambre.